La semana pasada estuve en Ho Chi Minh, y aunque he estado allí muchas veces en el pasado, logré ver cosas nuevas y redescubrir algunas que ya conocía. Sobre todo, logré estar atenta para notar aquellas escenas en las calles, que hacen este país único y a las que ya me había acostumbrado con tantas visitas (a veces empiezas a perder esa capacidad de sorprenderte). Lo disfruté mucho.
Cuando regreso a un lugar que ya conozco, inicialmente empiezo a tratar de llenar la lista de antojos de la comida que me gusta del lugar. En este caso, salí a deambular por la zona de mi hotel, buscando una SIM card. Para ser domingo, las calles se veían desoladas, hasta que caí en cuenta que era plena hora de siesta, el momento del día donde hay más calor, y donde gran parte de la población está en sus casas, durmiendo. Recordé también lo importante que es aún la siesta aquí, tanto así, que en las oficinas, en ocasiones, hay cuartitos para siestas, o está bien simplemente dormir en el suelo, o a veces sobre el escritorio. Las oficinas quedan con las luces apagadas y en silencio por media hora o más.
Cuando llegué a un mercado, la mayoría de los puestos habían cerrado y los que vendían comida preparada, ya habían terminado sus existencias. Uno de los pocos que aún quedaba, vendía Bun Bo Hue (sopa de noodles de arroz de carne al estilo Hue), se veía bien así que ahí me senté. Cuando viví en Vietnam, casi todo me sabía a lo mismo, y pues noodles son noodles ya sean en Pho o en alguna otra preparación. Sin embargo, si nos abrimos a percibir cada plato independientemente, los sabores del caldo y de los demás ingredientes varían notablemente. Me sirvieron mi plato de noodles, junto con un platado de hierbas y vegetales crudos (albahaca, raíces chinas, cilantro, raíces de mostaza) y trozos de limón, que uno puede ir añadiendo a su gusto y otros condimentos separados, incluyendo picante, salsa de pescado y una especie de vinagre. Como cada uno agrega estos ingredientes a su gusto, es difícil que mi plato de noodles vaya a saber igual que el tuyo. El caldo tenía un sabor dulzón (Anthony Bourdain, Q.E.P.D., mostraba una vez que a veces cocinaban el caldo con una piña entera y al final la exprimían en el caldo, tal vez eso es lo que le daba el sabor dulce). El color era un poco anaranjado, noodles de arroz, codillo de res, pedazos de carne, un trozo de gelatina de sangre (sangre coagulada, no sé el nombre en español… ni en inglés… ni en vietnamita) y cebollín cortado. Terminé completamente satisfecha, tanto por el sabor de mi almuerzo, como por el lugar en donde me lo comí: Me encanta comer en los mercados, más local no puede ser.
Esa noche salí con mis excolegas, Yen y Tien, primero disfrutamos de una cerveza artesanal helada, de una de las muchas cervecerías artesanales que se han desarrollado en los últimos años en el país, Pasteur Street (que en sus inicios estaba en un local pequeñito en la calle Pasteur en el centro del Distrito 1 y ahora está por muchas zonas), luego continuamos caminando hasta la zona del Ayuntamiento y de allí hacia el muelle, feliz de ver la vida de la ciudad toda concentrada en esta área (o eso parecía) en donde habían muchos artistas callejeros, estatuas humanas, músicos, bailarines, ranas (muchas ranas) vendiendo ranitas, comida callejera y gente domingueando, a la hora en la que el clima está fresco.
Continuamos hacia un café escondido que había visitado hace algunos años: Old Compas Café, con el mismo encanto que recordaba. Ubicado en el tercer piso de un edificio en un callejón oscuro, saliendo de la calle Pasteur, alejado de todas las multitudes, un agradecido respiro. Allí pedimos el set menú de cena vietnamita: Nem (rollitos primavera fritos), pollo en salsa de… arroz, vegetales, sopa de morning glory (un vegetal que se usa mucho en Vietnam y Tailandia, que no he encontrado un equivalente en Colombia, muy rico y lleno de fibra). Deliciosa la comida y la velada, tuvimos que caminar de regreso al hotel, para quemar por lo menos media caloría.
Al día siguiente me desperté temprano para salir a buscar otro de mis antojos: Banh Mhi. Aunque los vietnamitas lo pueden comer a cualquier hora del día, yo lo prefiero en la mañana. Pan francés (como le decimos en Colombia), fresco, muchas veces te lo calientan, y con muchos ingredientes dentro (es decir, un sánduche), a esa hora lo prefiero con huevo, más cualquier otra cosa que le quieran poner, que usualmente es paté, verduras, cilantro, en ocasiones, embutidos, salsa picante y los ingredientes cambian, dependiendo de quién lo venda, así inicio mi mañana muy feliz.
Decidí dar una pasada por los lugares que se visitan cuando vas a la ciudad por primera vez (los clásicos): El Museo de los Vestigios de Guerra (no me gustan mucho los museos, pero ese me impresionó, recuerdo que aprendí muchísimo acerca de la Guerra de los Americanos – conocida por nosotros como la Guerra de Vietnam- y las consecuencias que aún se ven, sale uno con el corazón arrugadito), El Palacio de la Reunificación, que aunque bonito y con importancia histórica, no me parece tan esencial la visita; La Catedral de Notre Dame (que está llena de andamios porque está siendo restaurada) y la Oficina de Correos, en dónde aún funciona el correo, al igual que muchas tiendas de artesanías para turistas. Luego caminé por la zona del Ayuntamiento, hasta la Torre Bitexco (que era la más alta de la ciudad hasta hace unos años, que construyeron una nueva, en otra zona de la ciudad). A diferencia de la noche anterior, siendo lunes y un poco después de medio día, esta zona estaba vacía y con muy pocos turistas, aunque tuve la oportunidad de ver a un grupo juvenil grabando un video (hasta de pronto eran famosos y ni me enteré. Continué hasta el Mercado Ben Tanh y me gustó verlo con mucha gente, ya que ese mercado vive del turismo y Vietnam aún no está completamente recuperado y no tiene la cantidad de turistas que tenía antes de la pandemia. No comí nada allí, ya que es demasiado turístico, los precios son altos, y se debe negociar.
Esta vez visité un templo que es famoso y no lo conocía: La Pagoda del Emperador de Jade (o Rey de los cielos) y me encantó. Es un templo Taoista, con diversas deidades muy antiguas en madera, papel maché y algunas en porcelana. El exterior tiene un patio lleno de velas y tiene un pequeño estanque con peces. El incienso llena el ambiente, tanto en el patio como al interior. Las figuras del interior me llamaron mucho la atención, lamentablemente no se podía tomar fotos adentro.
Cuando iba de camino de regreso hacia el hotel, se me apareció uno de mis platos favoritos, y aunque no tenía mucha hambre, tuve que comerlo (además era una buena excusa para descansar). Bun Cha Hanoi: Se compone de noodles frescos de arroz, un caldo tibio (en Hanoi, dependiendo de la época del año, sube o baja la temperatura del caldo) con trozos de cerdo marinado a la parrilla y trozos de algún tubérculo que no conozco, vegetales (lechuga, albahaca, cilantro y otras hojas aromáticas). Te sirven las hierbas y los noodles separados del caldo, para que los vayas agregando a tu gusto.
La última novedad gastronómica que descubrí fue el Canh Bún, otra sopa de noodles, completamente diferente a las que había probado antes, aunque me pareció un poco similar al Bun Rieu que había comido en Hanoi hace muchos años, aparentemente son muy diferentes, aunque las dos son sopa de cangrejo. En este caso tenía una masa de cangrejo (que acabo de aprender que es una mezcla de cangrejo, cerdo, camarones secos, pasta de camarones fermentada y huevos, todo molido y bien mezclado), tenía también trozos de gelatina de sangre (no sería algo que escojo, pero si está en el plato, me lo como), tofu frito, muchas verduras (espinaca de agua/morning glory?), trozos de tomate y algunas carnes embutidas. Adicionalmente los noodles eran anaranjados y gruesos. Estaba buenísima, otra noche saliendo completamente satisfecha de un callejón oscuro donde yo parecía ser la única extranjera.
En una de mis caminatas matutinas, me encontré con una mujer vendiendo algo en la calle, que no lograba identificar hasta que me acerqué. Eran insectos vivos, lombrices, larvas, saltamontes en bolsitas independientes y otros bichos que no logré identificar (una mezcla entre mosca y cucarrón). Los compradores iban seleccionando y comprando. Nunca había visto esto en Vietnam y asumí que era para comer. Al día siguiente todo tuvo sentido, cuando encontré al frente un café con muchas jaulas de pájaros y un grupo grande de hombres observándolos, algunos cambiando las jaulas de lugar y otros asegurándose que tienen suficiente comida (larvas, saltamontes, etc.). Es un café con Club de Aves, y los dueños se reúnen allí cada mañana a exhibir y comparar sus pajaritos 😊.
Otra de las novedades de la ciudad, que inició durante pandemia es el bus de agua por el río Saigón (Saigón Water Bus). Sale desde el Distrito 1 (el centro financiero de la ciudad), yendo hacia el norte, parando en diferentes estaciones. Como es nuevo, aún no tiene la frecuencia que planean tener y el recorrido es un poco largo (ida y regreso casi dos horas). En mi salida iban muchos turistas, tanto extranjeros como locales, disfrutando esta nueva atracción en la ciudad, aunque la idea es que es un medio de transporte para ir de un distrito a otro, no sé cuánta gente lo estaba usando de esa forma. En la misma casilla en donde venden los tiquetes, también tienes la posibilidad de rentar barcos rápidos privados, para hacer el mismo recorrido por el río, en menos tiempo (a partir de media hora).
Para finalizar mi aventura en Ho Chi Minh, mi amiga Yen me llevó a almorzar a uno de los más nuevos restaurantes de cocina contemporánea vietnamita en la ciudad: The Trieu Institute, famoso también por sus cocktails (pero era muy temprano, así que acompañamos la comida con una bebida de kambucha). Escogí en el set menú una ensalada de pepino con sandía, deliciosa y super refrescante y Pato, acompañado de Ocra y papas al gratín.
Fue fácil ver cómo esta ciudad sigue en permanente desarrollo y se va modernizando cada vez más, me alegra ver que aún sigue conservando esa parte local que la hace tan especial y única.
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